En el aire ya no hay pájaros,
Ni nubes, ni burbujas de cristal,
Solo aves de metal, cruzando el mediterráneo,
Buscando acabar con la libertad.
Como la metralla al tocar los campos,
Mi patria se ha ido,
Igual las nubes con ese gas nocivo.
En el mar me atropellan,
La tierra es un infierno
Y el aire es etopeya.
Se forman en medio de nada,
Del mar de esperanza,
Que se hunde como las almas.
Donde puedan volar mis sueños,
Un enorme castillo,
Para vivir lejos del suelo.
El hombre muere,
Y quedan sus desdenes,
Sus mayores actos de cobardía,
Todo lo que valía,
Más un poco de su autoría,
Que, sin darse cuenta,
Acaba como su herencia.
De humos fosforescentes,
De atmosferas de petróleo,
Tienen el dolor de su gente.
Las ventanas de mi habitación
Y los techos de alfajor,
Sin darse cuenta, cayeron en los dulces.
Las alas del porta avión,
Son piedras las que la han tumbado,
La mano del pueblo,
En contra de un gobierno,
De mártires y reyes,
Semidioses autoproclamados.
Se condenaron a la tierra,
Al pantano de la rotura,
A su auto tortura.
Pancartas de televisión,
Globos de sanación,
Mueren en su proclamación.
No quieren volver,
Las aves se marchan,
Como las ballenas en el mar.
Nos vamos del cielo,
De la tierra,
Del agua del pozo,
De todo lo que nunca existió.
Adivinando lo que no sabemos,
Disparamos al agua,
Destruyendo lo que esperamos,
Cuando en realidad volemos,
Nos autodestruiremos,
Cuando en verdad buceemos,
Moriremos ahogados de infierno,
Es tan simple como vivir en este suelo,
Seco por el invierno,
Añejado por el calor,
De un decanto de domingo,
Que, en el cielo,
Se murió.
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