viernes, 15 de diciembre de 2017

Ni Siquiera Vulgarmente Hermosa

Aquella mujer era bella,
Pero ni siquiera
Era vulgarmente hermosa.

Lo que más resaltaba de su desgastada figura
Era su pelo enmarañado,
Sus senos nada protuberantes
Y la indescriptible pesadez de sus ojos.
Ojos que causaban increíbles dolores en el pecho,
Siempre punzante, ante la incertidumbre
De una mirada asesina.

Esa mujer no era linda,
No, para nada,
Pero era preciosa
Como las perlas del mar.
Una increíble protuberancia
Entre tantos diamantes brutos.

Se vestía de negro,
De blanco, de gris.
Le gustaban todos los colores
Y a la vez ninguno.
Me encantaba.
Era increíblemente parecida al cielo.

Me gustaba.
Estaba loco por esa chica,
Por sus días malos,
Por sus días buenos,
Por sus días grises
Y por sus días invisibles.
Porque así era,
Una hoja en blanco
Sin espacios para escribir.
Era mala,
Pero al mismo tiempo
Era caladas de calor infernal,
De ternura privada
Y de encuentros indecisos,
Para saber cual tono era más oscuro.

jueves, 9 de noviembre de 2017

El Fondo Vacío

A pesar de que en la ciudad
Ha dejado de llover
En el pozo
Se vacían todas las aguas,
Desangran los bordes del pantano.

Aquellas lágrimas se caen
De cabezas al vacío.
Nada más tocar el fondo
Se parten,
Deshacen el suspiro
Que las vio caer.
Parten en pequeños trozos
Cada palpito
Cada corazón partido.

Ayer la pude ver sonrojada.
Por su cara
Corría una pequeña lágrima
De felicidad.
Yo también lloré,
Estaba hermosa.

No recuerdo si lloramos,
Sólo sé
Que hoy no está a mi lado,
No sé dónde estará
Y aquella lágrima
Cae por el pozo
Hasta no tocar el fondo del vacío.


domingo, 15 de octubre de 2017

Así, Deja de Mirar mi Tumba

Así como las palmeras,
Al pasar el viento por sus hojas,
Tiembla la pobre vieja,
Recordando el paso de los años moribundos,
Pensando en los nietos
Y sus nietos en ella,
Rogando por sus hijos,
Aquellos en el lodo.

El cruel presente de Adán
Marcaría el futuro de Eva,
Que danza ahora en una silla de ruedas,
Desafiando al tiempo
Y las alas que lo revelan.

Ahora abre sus ojos cansados,
Destrona las últimas despedidas del marido,
Pensando en correr detrás del ataúd,
Pero ya no puede, está amarrada,
Amarrada a su dulce silla,
Así como él se halla
2 metros bajo tierra.

El hijo menor la empuja
Sin cielos, sin brisas,
Mojando la bufanda,
Bañándola en lágrimas,
Justo ahora que miran la capilla,
La capilla central,
Y todos solo a ella la miran.

-Mira Ignacio, todos nos miran.
-Tranquila mamá,
Envidian nuestra tristeza.
Entonces la vieja sonríe.

-Así será María,
Así es Ignacio;
Deja de mirar mi tumba.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Escases de Ratas

Las alcantarillas producían un olor terrible, azufre mezclado con quien sabe que, otro síntoma de la urbanización, sobre todo en los barrios altos. Hace años he dejado de ver el cielo, a pesar de querer mirar su infinidad constante. El humo del cigarrillo, apoyado por los coches, desprende de la mañana algo más que simples silencios, se llevan las vistas de la ventana, inundan las carreteras y merodean sin un mínimo a todos los habitantes de la cuadra, pues, hasta dentro de las casas puede verse la neblina, el crudo tumulto de nubes de polvo con olor a tabaco.

Los pobres pájaros respiran con dificultad, revelan la impotencia de sus alas, no pueden hacer más que esperar en sus nidos de algodón a que pase el filo de la mañana. Aquellos perros que ladraban, de igual manera, por la mañana; han dejado de hacerlo, se han horcado con los cochecillos de carreras, devorando de golpe las ascuas del veneno, el bistec enzarzado y el joven polluelo pasando en pleno semáforo verde, aunque claro ¿cómo podrían haberlo distinguido?, si para ellos todo era del mismo mate, pequeñas tonalidades de negros, blancos, y viceversa, sinceramente desearía más, verlo todo del mismo color, tan solo imaginen todo el tiempo que me ahorraría, evitando los berridos de María, mi esposa, cada que elige alguna blusa. Un festivo por la tarde es solo comparable al suicidio, al rendimiento de cuentas menores.


Mi mismísimo gato, recompensado cada tarde con un gran salmón, llego a pensar en la tentativa de sus compañeros, tirarse del último piso en el edificio Wells, contando aquello como un acto de cobardía conjunta o mejor llamado suicidio colectivo. Aquel fiero animal, tentado por las garras de sus compañeros, no tuvo más remedio que subir a la azotea y mirando desde el piso 71 arrojarlos a todos, de una patada en el rabo, a la calle moribunda por donde los frecuentes carros, de agua consonante, pasaban sin descanso alguno, triturándolos a todos convirtiendo el fino pelaje, de los ricos, pobre y acomodados, en una diversa amalgama de colores repulsivos, todos parecidos al rojo, combinado en pequeñas tonalidades de marrón, negro y cafés sonrientes, del blanco ni se diga, de este color fue la última bola de pelos que ha escupido esta semana y aun así, a pesar de jugar en tan peligrosos tejados, sigo sin recibir críticas mordaces, venenos sádicos o intentos de reconciliación, por parte de cualquiera de mis vecinos, de hecho, han de agradecerme, en nombre de mi felpudo animal, por librarlos de tan desagradables plagas que solo servían para holgazanear sobre las pantallas planas, los muebles de alrededores. Todo esto, claro, si tuviera algún vecino y la escases de ratas no fuera una incógnita constante.


martes, 22 de agosto de 2017

La Ley

Mientras el cielo gris de la ciudad, opacado por los humos nocivos, ponía las cortinas de la noche, no podía encontrar mejor momento para caminar. Las luces titilaban, los bares estaban cerrados y los parques muertos de invierno no permiten la entrada de los guardias; ningún vagabundo paseaba por mis calles, las prostitutas se quedaban en sus casas, recibían subsidios del gobierno. Aquellos viernes azules se habían acabado, ahora la ciudad pertenecía al pecado; no un pecado capital, amante de dinero, no, aquellos pecados no eran de papel, son placenteros, pero nadie se queja. Las ventanas permanecen cerradas, con cortinas, nadie de la vida moderna, taciturna y moderna, gozaba de los espectáculos; duermen a las 8:00 pm y despiertan a las 6:00 am. Siempre la misma rutina, rondas seguidas de desesperanza y calles sin luces internas.

El lago, a la salida de la ciudad, amortiguaba los rayos de las estrellas, mientras un par de cuerpos, contados en cientos de parejas, se bañaban en sus aguas, matando de improviso cada defecto de sus cuerpos, contando las luces de la oscuridad. No intentaba hacer nada, mi único deber era evitar la sangre sobre las aceras, velar por las rosas que no manchaban el canal. El mismo desierto, el mismo bosque, los mismos caminos de la montaña, los ríos corrían por los mismos sitios, por donde debían pasar. La corriente, las aguas, empujaban suavemente los cuerpos, los llenaba de virtud antes de tirarlos a la cascada, reventando sus huesos contra las rocas, inexistentes; la cascada invisible y la lluvia inquebrantable que nuevamente caía. Debía seguir sin hacer nada, no estaban causando desastres, no importaban sus ojos, solo podía volver a caminar entre la multitud de árboles, ya no existen los hospitales.

Pueden hacer lo que quieran, matar a los ricos, desollar a los pobres, cantar a los vagabundos, siempre; si lo deseas lo haces, lo piensas lo haces, esa es la ley.

Cuando llegan los días más célebres, siempre hay secuencias de asesinatos, robos en cadena y votaciones licitas en favor de la dictadura, pero en la estación nunca suenan los teléfonos, jamás llaman a la policía, ya no es nuestro deber, y gracias a dios, solo hay 3 oficiales en la comisaria. Dave Crofor siempre se hallaba sentado detrás de su mesa, comiendo donas y viendo pornografía, la verdad no hacía nada, pero el alcalde sostenía que era mejor dejarlo en la oficina a arriesgarse a multiplicar el número de violaciones, que de igual manera no nos importaba, aunque seguía sin permitírsele la salida diurna. Alan Claimore, un marginado social que ordena los papeles de la oficina, hace la parte intelectual de los casos y es el único que maneja el laboratorio. Luego estoy yo Daniel Pepper, el único imbécil que recorre las calles.

Mientras entro a la calle 6, pasando por la avenida New York, el clima de los edificios se enfría. Durante la mañana del mismo 12 de febrero ocurre el colapso mental de 10 de los 20 internos psiquiátricos, todo según las leyes de la república. Cuando paso por los callejones ubérrimos, las mansiones de los pobres mandatarios estallan, aunque ya no viven allí. El alcalde se mudó hace un par de meses, dejando únicamente la suciedad minera de su pensamiento. Su hijo había sido asesinado hace un par de semanas, pero la ley abalaba su asesinato; según el juez, único en la ciudad. El pensamiento del asesino concordaba con los hechos, no hubo necesidad de capturarlo, se entregó el mismo día; por lo que se le dio al culpable la acusación de inocente, a pesar de colgar la cabeza del patio de la familia, arrancar uno por uno los dedos, de manos y pies, y colgarlos del árbol central del parque, haciendo una bonita decoración de navidad, viva, en movimiento. Al parecer los choques eléctricos funcionan igual o mejor que el corazón, permiten la vida de un cuerpo, aunque sin cabeza, sin extremidades, un mínimo cadáver. Cuando lo que quedaba del cuerpo llego al recinto de inspección aún movía los muñones y las venas palpitaban fuertemente.


La semana pasada, nada más recoger los restos, colgué al jefe del mismo árbol. Ahora tomó la pistola, dispuesto a pegarme un tiro. Me hace falta volver a mi infierno, las almas trepidantes, embutidas en sarcófagos. y la magia de la liberación, mientras se pudren en tarros de azufre. Que bonito es ser el diablo.


lunes, 14 de agosto de 2017

El Camino

El camino que llevaba a casa variaba en distintos puntos, en unos era ancho y en otros mucho más estrecho, esto hacia menguar los sentimientos, pues nunca se estaba preparado para afrontar las adversidades de una nueva aventura. El camino nunca era el mismo. A pesar de conocer las distintas variaciones, jamás se presentaban en el mismo lugar; era muy extraño observar más de 2 metros de magnitudes similares. Se presenciaba un enjambre de alucinaciones, todas increíbles, y uno siempre debe estar dispuesto a recorrerlas. Sino se corre el riesgo, nunca ha de llegarse al hogar amado, puedes terminar en lugares desconocidos, en edificios enterrados tras la guerra, en hogares de paso, o incluso en prostíbulos que se encuentran en funcionamiento.

Hay quienes cometen el error de creer que estas vivencias son productos del azar, pero nada puede ser más falaz, todo lo que aparece ante tus ojos es el vivo deseo del subconsciente, la viva representación de los deseos prohibidos. No es raro ver que muchos hombres luego de haber viajado por primera vez a sus trabajos, cuando intentan volver con sus esposas e hijos, en vez de regresar a la casa que se les ha otorgado, terminan perdidos en los vicios que les ofrece el pecado, siendo tan solo un producto de su mente, tan real como cualquiera de nosotros.

Aquel camino, en ocasiones, se parte en pedazos, dejando los cadáveres regados, donde todos los pueden ver. No se precisa de agua o comida dentro de ellos, una vez se ha dado el primer paso; las necesidades fisiológicas se suspenden en el aire, un aire narcótico, y se pueden pasar horas sin probar una sola gota de café o trozo de pan. Mientras pasa el tiempo, aunque el cuerpo no lo sienta, las grasas del abdomen desaparecen, el corazón palpita lentamente y el agua se esfuma, como pequeños lazos de evaporación, a pesar de ser un sueño, una realidad distante. He ahí el motivo por el que aquellos que no salen a tiempo son desprendidos de sus entrañas y tendidos en la acera, cuando todavía son algo reconocibles, pues sus desfigurados rostros, quemados por el sol, apenas pueden distinguirse de las mantas de polvo que cubren el asfalto.

El reloj se detiene y nos deja atrapados en un periplo de tiempo, donde yo no avanzo ni el mundo se detiene, todos nos ponemos de acuerdo para dejar pasar cuanto sea necesario, siempre y cuando no sea suficiente para matarnos. Ha llegado a haber muchachas, incluso señoras, que utilizan tales ecuaciones como tratamiento estético, con resultados que suelen ser positivos; desgraciadamente son pocas las mujeres que trabajan en nuestro bloque. La compañía regula aquellos viajes, aunque el reloj se detenga; no suelen durar más de cinco minutos, desde cualquier hogar hasta la propia empresa, por lo que nadie llega tarde, a menos que se pierda en la inmensidad de su camino, en la alucinación realista y en los pensamientos que lo reconfortan.


Hoy temprano, cuando me preparaba para salir de la larga jornada; antes de abordar el rustico transporte, se detuvo la producción, se taparon las ventanas y se llamó a los médicos, dos sujetos salieron de las curvas discontinuas contando más de 12 horas de estar allí, no paso mucho para que el viento se los llevara, la duración había sido demasiada y el aislamiento quirúrgico, no llego a tiempo. No se llamó a sus esposas, según ellas, ya habían muerto.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Vuelan por las Nubes

Vuelan por las nubes,
Las ráfagas y migajas,
Dejan partir las urbes;
Engañan a las masas.

Mata aquella facción del campo
Que ya ha de perder su objetivo,
Recuerda que las nubes son del tiempo
Y el llano de los mismos obispos.

No le grites al oído,
Magulla cada palabra
Evita a ese moribundo,
Desangra la campana.

No olvides la patria,
La propia servidumbre,
La tiranía, la monarquía,
Quien te da el pan de la tarde
Y acaba por mendigarte.

El propio Dios
Los mando al infierno,
Le tiro los cuerpos,
Y se ahogó;
Aun en manos de cristo.

La acera calla en tu nombre,
Recuerda esa triste despedida,
Llama lentamente al diablo
Esperando el horizonte,
La divagación del mañana.

Recuerda el llano en llamas,
La sabana en tus campos
Y las pesadas castas de la selva,
Olvidados en los olivares.

Mátalo, deshazte de su cuerpo,
Que estorba a la servidumbre,
A los hombres moribundos,
A los pastores de la índole.

Aquel que te sonrió
Es el enemigo de tu patrón,
Del dinero de tu bochorno,
Del humillar matutino.

Compras con pasado,
Malgastas en futuro,
Mendigas en presente
Y mueres cada que obedeces.

viernes, 16 de junio de 2017

Suciedad

El mar devolvió cada salpicadura. Las piedras rebotan en la superficie, caen al fondo de la felicidad, destruye las contradicciones. Los segundos corrían en la playa, la amalgama de sentimientos se enterraba bajo la arena, las toneladas de agua se llevaban los recuerdos, los gestos de admiración y las miradas reciprocas, lástima que deje las ilusiones, mortificando hasta el último pecado.

La nube se asoma tras el edificio, derrocha síntomas de tristeza, acaba retomando las traiciones y devuelve los recuerdos con melancolía, desahuciando los atardeceres, a pesar de ser su propio amanecer. Las puertas siempre cerradas, ventanas a más de 10 metros, ni el brillo de las estrellas se refleja en ellos, deja opacada las cortinas, ni las letras, ni la tinta, le recuerdan como murió, renació de la ceniza.

Es más que necesario morir, he muerto varias veces, como el fénix caer en el altiplano, tocar las campanas de la catedral, cuando aquellas cenizas se las lleve el viento, será el momento de rencarnar en la ensenada. Los hoteles no esperan despedidas, meten la pata cuando pueden, empujan al alcohol, ofrecen derroches en las sabanas, a pesar de malgastar cada centímetro de cintura. Respirar profundo, resistir cuando abres los ojos, y por primera vez, ves que no hay nadie, la cama está sola en el vacío, retomando los retazos de tu vida y acaparando los centímetros de verdad.

Olvidar los días, las horas, los minutos, recordar lo innecesario, mientras en el cementerio, se retuercen todos los cadáveres, abren los ojos los hijos del ayer, recaudando impuestos, destruyendo dignidades, vaya tortura de verdad.

Hace falta, ha de hacer falta, un pequeño trago de ternura, un engaño menos en la lista, la felicidad de los pobres, la envidia de quien ha de ser rico. ¿Quién entiende está “su(o)ciedad”? malgastando la sal, tirando azúcar por la ventana, engañando al humilde, engrosando las filas que se guardan tras una columna, columnas de billetes.

Me desperté en la nada, me di cuenta que esas palabras se las ha llevado el viento, se ha calcinado las montañas, la locura de la humanidad, que cuesta un poco de amor, guardad lo demás para los muros, insonoro será mejor, gritos en medio del desierto, espera la melancolía, llegará en cualquier momento.

Desaparecerán los mares, los valles, los ríos, las tardes rojas y las veladas de pareja. Se atrofian en el resentimiento, en las pantallas de celular; lentamente recuerdan las máquinas de escribir, el teclado y el fax, sintiendo por fin las cartas, el telegrama de las 12 y la línea 1 de telefónica.

Ha de volver la tinta, los días en que los niños guardaban monedas de un peso y se gastaban 10 en un libro, a pesar de ganar 2 cada 15 días, ganaban una vida más. Los días en que auditorios se llenaban de poetas y cantautores, con breves cantatas, llenaban de magia los pequeños, y grandes, corazones. Una palabra que ha de definirlo todo, evolución humana. Involución animal, progresiva en el Homo sapiens. Retribuid a los políticos, líderes y genocidios, marcando con sangre las hojas de papel, que antes eran para libros.

Vive, pero vive bien.


Aprende a comprender el reloj.

jueves, 15 de junio de 2017

La Sangre

Hoy no es más que otro momento tétrico, otro día melancólico, un mal día en general. Camino hacia el café y el cielo se torna oscuro, va arrastrando las nubes que andan a mi lado. Me observan, con sus ojos poco a poco me desnudad, me obligan a morir, en plena calle. Aquí, en esta oscura capucha, sigo tratando de encontrar la paz, pero la ansiedad nos consume.

Tras un largo trayecto, que parecía interminable, por fin llego a mi destino, el café de aquella triste esquina, que se encuentra como mi corazón, con la partida de aquella señorita. A excepción de la ilustre ventana, no hay nada que me la recuerde. Con el pasar de los días sigue pintada de rojo, bañada en el néctar de la vida, que después de tanto luchar, fue arrebatado de su cuerpo, yaciendo petrificado en el piso de aquella casa.

Entro y me siento en el mismo rincón, donde llevo asistiendo durante 3 semanas, observando cada persona, cada minúsculo detalle. Recuerdo que esa misma noche me encargaron investigar su muerte, quien podría imaginar que la dulce mujer que se escondía detrás de ese uniforme de mesera se hallaría muerta justo después del trabajo. Me resultaba irresistible ese movimiento de caderas, que además de hermoso, muy delicado, como la punta de sus blancos tacones.

No pude evitar llorar en el momento que abrí la puerta, todas mis ilusiones se fueron al piso en forma de lagrima, gotas que inundaban la calle, uniéndose con la sangre malgastada. Fui el primero y el ultimo en verla, el encargado de desfilar con su pálido cuerpo, adornado por un hermoso vestido rojo, que yacía en el suelo de esa fría casa, con el pecho destrozado, un disparo en el corazón.

Su pelo cautivador, su cuerpo esbelto, y su rostro, dulce como la azúcar, delicado como la loza, ¿cómo alguien pudo hacerle esto?, ni siquiera mi mísero pasado merecería tal final mucho menos su corazón, mi corazón, esa rotura. Hace poco se veía llena de vida. Ahora descansa en un cajón, frío y sin respiros del sol, se desvaneció la mirada de sus ojos, el lunar de su mejilla, el motivo para saldar su muerte.

Analizo el movimiento, sus pasos, los latidos del corazón, cada beso en la mejilla justo en despedidas, que nunca eran un adiós, no hasta hoy. La noche será mi compañera, la luz de esta vela, escaparemos de la mañana. Matare al maldito ruiseñor, el filo de su mirada, antes de que muera el brillo de esta penumbra.

Llega el alba, estoy a un paso de encontrar a la parca, el que una vez acabo con mis sueños, ahora dará un final a mi destino. Debo dar el primer golpe, acabar con este sufrimiento desde la raíz, desenterrarlo de mi razón.

Impaciente, no puedo esperar, llevo un puñal en la mano derecha, mismo que acaricio sus labios, el que atraviese el pecho de este maldito pájaro.

Abro la puerta, aun puedo ver la sangre a mis pies, giro la cabeza y esta hay, frente a mis ojos, me da la espalda. Tomo aire, listo para saldar la deuda, se voltea y se encuentran dos viejas amigas, pistola y puñal. El arma se dispara, poco a poco se tiñe su ropa de rojo, y lentamente muere con un cuchillo en el cuello, culmina su vida. Ya es muy tarde para mí, el piso se baña con nuestra sangre. El agujero que esa mujer me dejo está ocupado por una bala y revive la noche cuando la vi por última vez.


Aún sigue caliente, el líquido de la vida. No puedo cerrar mis ojos, no hasta que venga por mi alma y tranquilo pueda marcharme. Tierra de nadie, solo haces rebosar ríos, mares y manantiales; derrotas a los necios, traicionas a los justos, esparces su maldición. Te tomas su propia sangre. Cada litro, gota por gota.

viernes, 26 de mayo de 2017

Lineas Paralelas

Cada vez caminaba menos,
Sin puntos intermitentes,
Giraba alrededor del lago
Y callaba junto a la fuente.

Cuando corrían por el campo,
Paraba para ver las cartas;
Seguía corriendo,
Pisando sus alabanzas.

Al otro lado del lago
Cambiaban sus palabras,
Partían caminando,
Pero nunca callaban.

Querían caer al agua,
Hundirse después de nadar,
Morir antes de flotar,
Despertar en el fondo y mirar
La completa oscuridad.

Eran líneas paralelas,
Recortes de la bandera,
Mientras Colombia,
Moría desangrada.


Agitadamente respiraba,
No paraba de sollozar;
Al mismo tiempo cantaba
Componía sobre la almohada.

No era perpendicular,
Seguía existiendo el camino
Y mientras exista,
No llegara el destino.

La miraba sentado en puerto,
Al otro lado dibujaba el encuentro;
Ella, por el contrario,
Escribía su relato,
Captando los detalles de su mal amado.

Seguían siendo paralelas,
Con ciertos puntos comunes,
Sin embargo, no querían
Dejar de ser azules.

Cuando soplaba hacía el sur,
Fluía, llegando al norte,
Ni cruzaban, ni dejaban de huir,
Pero cambiaban la suerte.

Nunca estaban a su vera,
Caerían en esas estrellas
O en aquel lago de ironía,
Mintiendo por sus orillas.

Se lucían inundadas,
Las canoas
Se lucían inundadas,
Obligadas a encallar,
Naufragar en las aceras.

Siempre se movían así,
Jamás se cruzaban,
Ni el invierno de aquí,
Ni el otoño de haya,
No funcionaban las estaciones,
Ni las flores de primavera,
Ni las nubes de verano.

No sabrán lo que es acariciar,
Morirán así, sin más,
Ella esperando las fronteras,
Él soñando con su vera,
Son dos líneas paralelas,
Bellos infinitos que jamás se cruzarán.

domingo, 7 de mayo de 2017

Velorios

Siempre llegaba antes de tiempo,
Cuando aún llovía la alegría
Y los pájaros volaban sin lamento,
Perdiendo de vista a todas las golondrinas.

Los cajones de madera,
Se dejaban lucir contentos,
Al mismo tiempo que cantaban
Sonetos con gran lamento.

Se lamentaban por los infortunios,
Por las lágrimas derramadas,
Que sin medir suspiros
Caían sobre la almohada.

Eran noches tristes,
Probablemente sin suerte,
Sin ganas de ver otra gente;
Sufrir en los andenes.

No llegaba nadie,
Ni siquiera la soledad
O los llantos inminentes,
De gente con poca sonoridad.

Eran gotas largas,
Manchas en la habitación,
Mientras se quemaba la casa,
Se sentaban en el balcón.

De nuevo hacía su gloría,
La misma magia de siempre,
Que, aun estando callada,
Moría así, simplemente.

Se arropaba de ironía,
De los llantos de otros;
Medía la soledad
Cantando con sus ojos,
Mostrando las puestas cerradas,
Seguía expresando todo,
Con el suave color de Bella Mar.

Todos lloraban,
Lloraban y morían,
Salían desangrados,
Mientras, en el ataúd,
El difunto abría los ojos,

Soñando en la misma melodía.

jueves, 27 de abril de 2017

Calle 33


Era una fría noche. Veía pasar los carros sobre la Calle 33, esa noche había sido tranquila, pero de un momento a otro, la lluvia empezó a caer como agua del rio, las luces se perdieron en la eternidad y la oscuridad se apodero de toda armonía, la discordia empezaba a aflorar, de un momento a otro dejaron de pasar los coches. La noche se hacía más envolvente y las luces que a lo lejos dejaron de aparecer, me quitaban cualquier tipo de consuelo, las gotas perforaban mi traje, sentía como si me atravesara un incontable número de balas, podía sentir el calor de la sangre, aunque no corriera ni una gota por mi cuerpo, los ojos perdidos en un continuo horizonte de perfecta geometría, no esperaban más que otra nueva luz, que al parecer no tenía ganas de llegar; los minutos pasaban, incluso llegaron a pasar las horas y no había señales de vida, solo la perpetua pero continua oscuridad, lo único que no me había abandonado. Mire la hora en mi reloj de bolsillo, por suerte la luna daba algunos destellos, que aun sin permitirme ver la calle, se reflejaban enormemente en el cristal de mi reloj, el minutero apuntaba hacia las doce y el horario daba alrededor de la once.
Cruzaba la calle de un lado a otro, no tenía más que hacer, lo único diferente era pensar en mi familia, más que incoherente, era algo innecesario, pues hace meses los había abandonado, no tenía ni la más mínima noticia de ellos. Los callejones por los que iba cruzando, eran demasiado extraños, a estas horas, en una ciudad como la nuestra, es imposible caminar sin tener más de 3 sombras a tu espalda, pero esta noche no, esta vez era diferente, ni siquiera mi sombra me acompañaba, no había delincuentes en las calles, ni siquiera los típicos policías, pidiendo requisas de par en par.
Las pequeñas casa y callejones sin sentido, daban lugar a gigantescos edificios, rascacielos, que por más que mirara hacia arriba, no podía dar con la punta, en condiciones normales, nunca entraría a alguna de estas callejuelas, pero nuevamente recalco, este era un momento especial, no había ninguno de ellos; las peleas callejeras, parecían haber sido paradas abruptamente, la sangre aún estaba, se sentía caliente el pavimento, pero no había espectadores, ni defensores de ningún título. Justo detrás de unos contenedores se hallaba una gran puerta, casualmente estaba abierta, a pesar de la lluvia, tarde un momento en tomar una decisión, pues con ambas opciones mi vida estaba en riesgo, ya fuera por un arma penetrando mi piel o un virus destrozando mis pulmones, esperando todo tipo de represarías, entre sin miedo alguno, pero nuevamente para mi sorpresa, seguía estando vacío, no lograba entender donde se hallaba todo el mundo. A unos cuantos pasos, se ubicaba la cocina, un café recién hecho y un par de panes, comprados probablemente cerca, seguían estando calientes, ¿quién podría haber dejado eso hay? Parecía hecho a posta, como si esperaran su repentina aparición.
Seguía caminando, tocando puerta tras puerta, entrando en cada una de las habitaciones, pero en ninguna de ellas podía encontrar a nadie, todas absolutamente vacías, aquellas habitaciones, eran muy particulares, pues solo contaban con un pequeño televisor y un baño incrustado en un hueco circundante que en el pasado actuaba como closet, sin embargo podía encontrar una gran cama en el centro, no sabía en qué lugar se había metido, pero nada más ver las prendas interiores tanto de mujer como de hombre, cayó en cuenta de que ese lugar, no era precisamente un hospedaje decente, al menos no en ese preciso momento.
En el centro del edificio, se encontraba una espaciosa oficina, pero con nada más que una pequeña mesa, 2 cajones y una caja fuerte que prometía no tener muchas cosas de importancia. Nada más entrar, noto el fajo de billetes que sobresalían de la mesa, incluso se caían de ella por la leve brisa del viento, que suavemente entraba desde una pequeña ventana, tan pequeña, que apenas se podría ver con un ojo puesto sobre ella. El pequeño agujero daba al exterior, al siguiente callejón, a la continuación de la calle 33. Cuando se dio la vuelta, cayó en cuenta de que la caja fuerte estaba abierta, contento con su hallazgo, miro el contenido de la misma, dentro había unos cuantos estuches y su contenido no podría ser otro que joyas de inmenso valor, pero él no buscaba ese tipo de cosas, sin embargó tomo un par de fajos de billetes de 100 euros, en cada uno de ellos alrededor de 30 papeles se podían contar. No los tomo por obstinación, ni mucho menos por matonería, pues su falta de experiencia en el tema, lo llevaron a tomar tan solo dos de cientos de fajos, lo hizo más bien por la ansiedad, impulsado por el miedo que sufría en aquel momento, la espera de ese presente de necesidad.
De nuevo bajo la lluvia, continuaba su camino, su casa ya quedaba muy lejos y el recuerdo que lo llevaba hasta ella, estaba muy en el horizonte, ni siquiera podría encontrarlo con un millón de migas de pan, pues las pocas que dejo, se las ha llevado el agua, la calle 33 puede ser un cruento destino, pero es lo mejor para los exiliados sin corazón. No había cometido ningún pecado, era completamente monógamo, iba misa cada ocho días los domingos y se confesaba cada que podía, por no decir los ocho de días de la semana, por lo tanto, ni el comprendía, cuáles fueron las circunstancias que los llevaron a acabar así.
A lo lejos una lámpara titilaba en aquella llanura, las sombras seguían siendo inexistentes, pero era reconfortante sentir un poco de calor, las miradas estaban extraviadas, por lo que podría hacer todo lo que quisiera y aun sabiendo su honesto proceder, los hechos fueron llevados a cabo, las palabras y pensamientos, que en su mente se formulaban, no fueron evitados, pero si culpados por el subconsciente. Al cabo de una hora, se había hecho dueño de medio mundo, de unos cuantos callejones, inhabitados, llenos de pobrezas, escasos tesoros. Sobraba el oro, el platino; el oro negro rebosaba y el café de sus bares, continuaba en las afueras de la ciudad, proseguía su viaje de exportación, pero quien recibiría lo que él enviaba, procesaba, contaba y media, ¿de verdad era el único que quedaba?, a ciencia cierta, no podía saberlo, pues en esas cruentas horas, en que la lluvia seguía haciendo procesión, no había visto ni siquiera la punta de un alma, de un momento a otro todos desaparecieron. Tan centrado estaba en aquel tema que, guardando los sucesos de aquella noche de melancolía, recordó que los automóviles, vistos anteriormente, no tenían conductor, por lo que nunca nadie estuvo a su lado, solo la luz, que lo acompaño hasta la caída del sol.
Su propia estrella no fue suficiente, para prevenir lo inevitable; el reloj marcaba las 2 de la madrugada y las almas continuaban escondidas, no podría adivinar, donde se ocultaban. La calle 33 seguía completamente sola, ya ni la bien llamada oscuridad acompañaba su camino, no era luz, ni lo anteriormente nombrado, era otra cosa, ausencia de todo, la conmemoración del nada, no podía distinguir entre el blanco total o el profundo negro que inundaba sus ojos, podía sentí sus pasos, oír sus latidos, la respiración, oler el fétido olor que desprendían las calles, pero ya no podía ver nada, el todo se había adueñado de él, la nada lo consumía por dentro. Se hacían las 3 de la mañana y el despertador seguía estando en espera, la alarma que esperaba con pudor, no quería sonar, desde el primer momento, pensó de infinitas maneras, lo que pudiera haber sido, un sueño, otra realidad, el apocalipsis o una mera broma de mal gusto.
Se empezaba a desesperar, ahora totalmente ciego, no podía ver ni el poco calor que lo acobijaba, no pudo hacer más que pasar lo poco que quedaba de la noche bajo el cielo de ese poste de luz, defender lo que le quedaba, agregar el frio que aún le sobraba, a medida que pasaban los minutos, oía como el segundero avanzaba en su reloj, podría adivinar la hora. A eso de las 6 de la mañana ya no supo que hacer, quería dejar de respirar, tenía el dinero, que al parecer no era de nadie, tenía sus negocios, las propiedades de las que se había adueñado, pero en el hospital no había quien lo atendiera y la aguda gripe obtenida bajo el estupor de la lluvia, le estaba destrozando los pulmones, era algo muy raro, tanto era el daño que, en tan solo un día, pareciera que llevara años con la temible tuberculosis.
Sabía que se acercaba el momento de su fin, sin embargo, los colores estaban volviendo a sus ojos y el sol se veía saliendo por el horizonte, aquel oriente, era más que una esperanza, era lo mayor de todo lo que le quedaba, lo único que de verdad tenia, porque ni siquiera la ropa que llevaba puesta eran de su propiedad, ni el aire, ni el agua, ni él, ni la luna, ni siquiera sus ojos o manos. En cualquier momento podría dejar de respirar, pero tendría el consuelo de haber visto por última vez, un bello amanecer, tan común como el resto, pero tan único como el solo sabía hacer. Su corazón estaba dando pequeños pasos, sus manos se empezaron a entumecer, los billetes que llevaba en el bolsillo, empapados, comenzaban a destrozarse por el continuo movimiento de sus piernas, que por el inmenso dolor no dejaban de tambalearse, parecía en la cuerda floja, pero en vez de tratar de no caer, quería chocar contra el suelo lo mas rápido posible, acabar con el sufrimiento y no dejar lugar a las lágrimas traicioneras.
Sus manos se entumecieron, sus pulmones dejaron de funcionar, el poco aliento que le quedaba no le servía para nada, sería una falta de respeto gastarlo en pedir ayuda, pues no hubiera nadie quien lo escuchara, su corazón ya preparado dejo de latir, tras el último suspiro que pudo dar, las nubes nuevamente volvieron a llorar, el sol secaba los charcos a su alrededor, alejaba las nubes, apartaba a las estrellas que venían a chismosear, logro que su traje se secara por completo, lo acostó sobre la acera y le puso una rosa en su pecho, tan bella rosa blanca, que la piel del hombre, quedaba retratada en ella. La lámpara continuaba prendida, pero no servía para nada, ni siquiera para iluminar el lugar de su muerte, pues por más que quisiera el sol ya no podía apagarse, no hasta otra nueva vida, hasta el próximo viajero del tiempo, que en las noches de domingo cruzara por el pavimento de la calle 33.
Al día siguiente una mujer lo encontró, los sueños salieron de su madriguera y muchos otros seres se posaron a su alrededor, tenían que ver la bella escena, un hombre vestido con un esmoquin gris, había muerto, en medio de la acera, nadie se explica la causa de su fallecimiento, ninguno de los presentes lo había visto la noche anterior, ni siquiera los guardas, las cámaras o los perros en busca de rastros, que cada noche salían a investigar, era un nuevo misterio, otra incógnita de la humanidad. Este es el muerto número 33, la calle de los desaparecidos, nunca nadie sabía las razones, simplemente de un día para otro estaban allí, uno por semana, desde el día de su inauguración. Eran viajeros sin rumbo fijo, muertos sin nombre ni rostro, solo cuerpos terrenales, que abandonaban nada más llegar a nuestra tierra.
Todos corrieron a llamar una ambulancia, para cuando volvieran el cuerpo ya no estaría allí, había emprendido un nuevo viaje, un periodo de reconciliación, aunque la verdadera alma se encontrara en otro mundo; la rosa continuaba tirada allí, nadie la supo apreciar, incluso hubo quienes la pisotearon, por suerte, fue muy brevemente. Volvió a pasar la noche en la intemperie, a la merced de lo que esta dimensión le propusiera, pero esta vez más triste, porque desde la noche anterior, el sol le había prohibido moverse. Luego de un par de días, la flor casi seca, estaba a punto de morir de nuevo, cuando una niña, la vio desde el otro lado de la calle, su sombra, le dio el calor que necesitaba, sus manos la abrigaron hasta que pudo llegar a su nuevo hogar. La niña tiernamente, le habría construido una gran casa, le puso tierra fresca y por la tarde le hecho agua de la más pura que logro encontrar. La rosa estaba reconfortada, salvada de su desaparición, en menos de una semana, se hallaba nuevamente florecida, con tanto esplendor como nunca antes hubiera tenido, se asomó por la ventana y vio a la pequeña niña en los brazos de su madre, que postrada en la cama, lloraba por no poder ver a su hija crecer, el doctor había dado su pronóstico, no más de dos días le quedaban para acabar con el sufrimiento de la madre, que siendo joven, debía dar su vida por terminada, aun sin haber cumplido objetivos de su presente futuro, solo podía conservar a su hija.
No le quedaba más que esperar el próximo domingo que ya a un día de su llegada, estaba más lejos que nunca, preparada, para sin siquiera saberlo, encarnar en otra dimensión, acabar en medio de la calle 33, postrada en el suelo y en su pecho una preciosa rosa, del mismo color que su corazón.