El camino que llevaba a casa
variaba en distintos puntos, en unos era ancho y en otros mucho más estrecho, esto
hacia menguar los sentimientos, pues nunca se estaba preparado para afrontar
las adversidades de una nueva aventura. El camino nunca era el mismo. A pesar
de conocer las distintas variaciones, jamás se presentaban en el mismo lugar;
era muy extraño observar más de 2 metros de magnitudes similares. Se
presenciaba un enjambre de alucinaciones, todas increíbles, y uno siempre debe
estar dispuesto a recorrerlas. Sino se corre el riesgo, nunca ha de llegarse al
hogar amado, puedes terminar en lugares desconocidos, en edificios enterrados
tras la guerra, en hogares de paso, o incluso en prostíbulos que se encuentran
en funcionamiento.
Hay quienes cometen el error de
creer que estas vivencias son productos del azar, pero nada puede ser más falaz,
todo lo que aparece ante tus ojos es el vivo deseo del subconsciente, la viva
representación de los deseos prohibidos. No es raro ver que muchos hombres
luego de haber viajado por primera vez a sus trabajos, cuando intentan volver
con sus esposas e hijos, en vez de regresar a la casa que se les ha otorgado,
terminan perdidos en los vicios que les ofrece el pecado, siendo tan solo un
producto de su mente, tan real como cualquiera de nosotros.
Aquel camino, en ocasiones, se
parte en pedazos, dejando los cadáveres regados, donde todos los pueden ver. No
se precisa de agua o comida dentro de ellos, una vez se ha dado el primer paso;
las necesidades fisiológicas se suspenden en el aire, un aire narcótico, y se
pueden pasar horas sin probar una sola gota de café o trozo de pan. Mientras
pasa el tiempo, aunque el cuerpo no lo sienta, las grasas del abdomen desaparecen,
el corazón palpita lentamente y el agua se esfuma, como pequeños lazos de
evaporación, a pesar de ser un sueño, una realidad distante. He ahí el motivo
por el que aquellos que no salen a tiempo son desprendidos de sus entrañas y
tendidos en la acera, cuando todavía son algo reconocibles, pues sus
desfigurados rostros, quemados por el sol, apenas pueden distinguirse de las
mantas de polvo que cubren el asfalto.
El reloj se detiene y nos deja
atrapados en un periplo de tiempo, donde yo no avanzo ni el mundo se detiene,
todos nos ponemos de acuerdo para dejar pasar cuanto sea necesario, siempre y
cuando no sea suficiente para matarnos. Ha llegado a haber muchachas, incluso
señoras, que utilizan tales ecuaciones como tratamiento estético, con
resultados que suelen ser positivos; desgraciadamente son pocas las mujeres que
trabajan en nuestro bloque. La compañía regula aquellos viajes, aunque el reloj
se detenga; no suelen durar más de cinco minutos, desde cualquier hogar hasta
la propia empresa, por lo que nadie llega tarde, a menos que se pierda en la
inmensidad de su camino, en la alucinación realista y en los pensamientos que
lo reconfortan.
Hoy temprano, cuando me preparaba
para salir de la larga jornada; antes de abordar el rustico transporte, se detuvo
la producción, se taparon las ventanas y se llamó a los médicos, dos sujetos
salieron de las curvas discontinuas contando más de 12 horas de estar allí, no
paso mucho para que el viento se los llevara, la duración había sido demasiada
y el aislamiento quirúrgico, no llego a tiempo. No se llamó a sus esposas,
según ellas, ya habían muerto.
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