Mientras el cielo gris de la ciudad, opacado por los humos
nocivos, ponía las cortinas de la noche, no podía encontrar mejor momento para
caminar. Las luces titilaban, los bares estaban cerrados y los parques muertos
de invierno no permiten la entrada de los guardias; ningún vagabundo paseaba
por mis calles, las prostitutas se quedaban en sus casas, recibían subsidios
del gobierno. Aquellos viernes azules se habían acabado, ahora la ciudad pertenecía
al pecado; no un pecado capital, amante de dinero, no, aquellos pecados no eran
de papel, son placenteros, pero nadie se queja. Las ventanas permanecen
cerradas, con cortinas, nadie de la vida moderna, taciturna y moderna, gozaba
de los espectáculos; duermen a las 8:00 pm y despiertan a las 6:00 am. Siempre
la misma rutina, rondas seguidas de desesperanza y calles sin luces internas.
El lago, a la salida de la ciudad, amortiguaba los rayos de
las estrellas, mientras un par de cuerpos, contados en cientos de parejas, se
bañaban en sus aguas, matando de improviso cada defecto de sus cuerpos,
contando las luces de la oscuridad. No intentaba hacer nada, mi único deber era
evitar la sangre sobre las aceras, velar por las rosas que no manchaban el
canal. El mismo desierto, el mismo bosque, los mismos caminos de la montaña,
los ríos corrían por los mismos sitios, por donde debían pasar. La corriente,
las aguas, empujaban suavemente los cuerpos, los llenaba de virtud antes de
tirarlos a la cascada, reventando sus huesos contra las rocas, inexistentes; la
cascada invisible y la lluvia inquebrantable que nuevamente caía. Debía seguir
sin hacer nada, no estaban causando desastres, no importaban sus ojos, solo
podía volver a caminar entre la multitud de árboles, ya no existen los
hospitales.
Pueden hacer lo que quieran, matar a los ricos, desollar a
los pobres, cantar a los vagabundos, siempre; si lo deseas lo haces, lo piensas
lo haces, esa es la ley.
Cuando llegan los días más célebres, siempre hay secuencias
de asesinatos, robos en cadena y votaciones licitas en favor de la dictadura,
pero en la estación nunca suenan los teléfonos, jamás llaman a la policía, ya
no es nuestro deber, y gracias a dios, solo hay 3 oficiales en la comisaria.
Dave Crofor siempre se hallaba sentado detrás de su mesa, comiendo donas y
viendo pornografía, la verdad no hacía nada, pero el alcalde sostenía que era
mejor dejarlo en la oficina a arriesgarse a multiplicar el número de
violaciones, que de igual manera no nos importaba, aunque seguía sin permitírsele
la salida diurna. Alan Claimore, un marginado social que ordena los papeles de
la oficina, hace la parte intelectual de los casos y es el único que maneja el
laboratorio. Luego estoy yo Daniel Pepper, el único imbécil que recorre las
calles.
Mientras entro a la calle 6, pasando por la avenida New
York, el clima de los edificios se enfría. Durante la mañana del mismo 12 de febrero
ocurre el colapso mental de 10 de los 20 internos psiquiátricos, todo según las
leyes de la república. Cuando paso por los callejones ubérrimos, las mansiones
de los pobres mandatarios estallan, aunque ya no viven allí. El alcalde se mudó
hace un par de meses, dejando únicamente la suciedad minera de su pensamiento.
Su hijo había sido asesinado hace un par de semanas, pero la ley abalaba su
asesinato; según el juez, único en la ciudad. El pensamiento del asesino
concordaba con los hechos, no hubo necesidad de capturarlo, se entregó el mismo
día; por lo que se le dio al culpable la acusación de inocente, a pesar de
colgar la cabeza del patio de la familia, arrancar uno por uno los dedos, de
manos y pies, y colgarlos del árbol central del parque, haciendo una bonita
decoración de navidad, viva, en movimiento. Al parecer los choques eléctricos funcionan
igual o mejor que el corazón, permiten la vida de un cuerpo, aunque sin cabeza,
sin extremidades, un mínimo cadáver. Cuando lo que quedaba del cuerpo llego al
recinto de inspección aún movía los muñones y las venas palpitaban fuertemente.
La semana pasada, nada más recoger los restos, colgué al
jefe del mismo árbol. Ahora tomó la pistola, dispuesto a pegarme un tiro. Me
hace falta volver a mi infierno, las almas trepidantes, embutidas en sarcófagos.
y la magia de la liberación, mientras se pudren en tarros de azufre. Que bonito
es ser el diablo.