jueves, 24 de mayo de 2018

Bukowski


Nada de lo que veíamos valía la pena. Las personas suelen ser ignorantes, asquerosas y monótonas, y lo peor es que eso no es lo peor. Se retuercen sobre sí mismas cada que volteas a verlas, como si te debieran esa expresión, como si cada gesto de su rostro no fuera una actuación, como si no los vieras caminando solos por la calle, con la mirada perdida y los labios hacia abajo. A estas alturas de la historia muy pocos son espontáneos, hasta el albañil practica las frases que deberá decir para recibir un “gran cabrón” de una chica. Todos dejamos de ser originales.

El día de hoy está totalmente perdido. La cinta que describía la carta decía: “Fiesta”. Y fue un riesgo demasiado grande el siquiera pensar en venir, pero aquí estoy.

He visto poco más de 2 o 3 rostros bellos y jóvenes, no es mucho, pero en estas circunstancias no es poco, es demasiado. Teniendo en cuenta que no esperaba nada lo que he visto da un breve respiro, que no paga mi estadía aquí ni la cerveza derramada en la carretera. Eso no paga el tiempo perdido, que sólo pude invertir a medias terminando un libro de Bukowski y pensando en tantas jugadas de ajedrez, hasta donde podía, sin ajedrez. No había ni uno a pesar de que la misma carta ponía en letras grandes “AJEDREZ”.

No hace falta mirar al sol de frente para saber que puede destrozar tus ojos. Así son muchas veces las personas. Basta ver a una mujer hermosa en la calle para saber que tiene novio. No hay porque mirar la falda, el escote y el ombligo, entonces puedes pensar dos cosas, que va a ver a su novio o que es una puta y como tercera opción, ambas. Nunca veras una así sola dentro de su casa; siempre que el idiota que, según él, la posee, no sea un idiota de “guetto”. Lo seguro es que duren muchos años, mínimamente meses, antes de cansarse uno de los dos y el otro lo mande a la mierda.

De hecho, la mañana parecía una mierda, la lluvia se le venía encima a la pobrecita. Al final sí fue una mierda, pero no por la lluvia, por todo lo demás. Las sillas de plástico marrón, las carpas de cartón y los mini negocios que atendían jovencitas perfectas con pelo rojo natural, hermosas sin exagerar; que en conjunto no es más que una molestia, vaya, hasta los baños son, literalmente, una mierda, como era de esperarse. Sólo pudo salvarme Bukowski y unas cuantas chicas, lindísimas, que desaparecieron tras dos o tres miradas. No bastaba que ganaras el BINGO para que te la devolvieran; venían, jugaban una vez, bebían algo y como llegaban se iban. Hubiera sido una relación muy corta, pero no eran unas zorras, no lo parecían.

Lo malo de todo lo bueno es que sólo hace falta alargarlo para que se vuelva lo peor y es ahí, en ese preciso momento, cuando ya todo es una porquería confirmada; lo que era bueno ya no es siquiera lo suficientemente malo y lo demás, la completa basura, está agobiada de las pisadas de tantos pobres como yo. Hay que admitirlo todos hemos comprado en lugares como ese, que ni siquiera valen la pena para recordar unos cuantos vocablos.

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