En noches de eterno dolor, mi fiel y única
compañera, fría e inmutable, solos los dos en completo silencio, tus palabras
son mudas y las mías no llegan a tus oídos, te los has arrancado para ya no oír
a tanto farsante.
Ahora solo lloras, aunque todo se llena de
luz, todavía sigue muy oscuro, soledad que empaña mi hombro de tus lágrimas y
al mismo tiempo de la mías, es imposible no acompañar tu amargura, porque ya
has acompañado las mías, que cada vez empañan más los cristales.
Cristales en los que en plena armonía se
dibuja tu cara, mientras al otro lado, pienso en el mañana, el ayer y el hoy,
sabiendo que de un momento a otro no podría encontrarte allí, hermosa, alegre
como siempre entre tu tristeza, aquella que llena mi alma, la pena, la
melancolía, el recuerdo de esa mujer, son más los charcos de sal que acompañan
a los pocos lagos de agua.
Recuerdo los días en que no venias sola, la
luna te manchaba, aun siendo más tímida lucias más que el sol, que por
casualidad nunca parecía, por miedo, miedo a tu mirada, tu sonrisa, tu voz,
dulzura, que nuevamente se apaga, para luego volverse más ardiente, así como mi
corazón cada vez que vuelve a verla, acompañada de ese rojo paraguas, evitando
que tu agresiva aparición, dañe su silueta delicada.
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