No paro de oír ese pitido en mis oídos, mis
ojos no paran de arder, ruego por una gota de agua y un trozo de pan para
calmar mi hambre, estoy empezando a sentir como se sacian los gusanos con mis entrañas,
la crueldad de la noche esta vez no tiene límites, sin embargo debo seguir en
pie, pero la vida se me va poco a poco, como el aire que se escapa de mis
manos.
Fluyen ríos de sangre atreves de mis pálidos
pies, sigo rezando para poder darles un sorbo, pero mis labios no lo logran
rozar, mi lengua logra darle pequeños pellizcos, pero son las malditas cadenas
que me atan a esta melancólica cruz, las que me privan los sentidos, expulsan
el rojizo néctar de mi cuerpo, mantienen mis pies presos a esta tierra y mi
alma lejos de tu lado.
Veo como cada mañana vuelven los cuervos, que
desde hace semanas se están comiendo los cadáveres, todos a mi alrededor,
tierra de nadie, tierra de muertos, solo hay uno vivo, veo cómo pasan sus
garras por esa podredumbre y con sus sucios picos se llevan un trozo de carne a
la garganta, por un momento siento envidia y quiero verlo todo blanco, no
quiero ver como trozo a trozo se desgarran esos rostros, curiosamente siempre empiezan
por los ojos.
Hace mucho que odio el sol, cuando vuelve de
su sueño, hace parecer la tierra peor que el infierno, mis pies se unen con la
tierra, las maderas se marcan en mi espalda y el hierro en mis brazos calcina
mi piel, sería mejor verme la cara con el diablo, porque dios lo único que ha
hecho es alargar este sufrimiento, esta pena, que va acabando con mis fuerzas,
intento aferrarme con todo lo que tengo a la vida, así como estos maderos se
aferran a mis entrañas.
Ya han pasado dos noches y casi no quedan cadáveres
que devorar, solo la tierra tintada de color escarlata, solo oigo las voces,
que de un momento a otro llegaron a mi, son las almas de estos difuntos que
atormentan mis oídos.
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